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Story 25 Sep, 2024

Cocina con sabor a conservación de la biodiversidad

Bajo el liderazgo de Aura Margarita Ramírez, el restaurante El Manglar ha funcionado por más de 18 años, generando empleos para dinamizar la economía de Livingston, Guatemala, al mismo tiempo que se protege la biodiversidad de la zona.

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Photo: Débora Ayala/UICN

Para Margarita Ramírez, presidenta de la Asociación Red de Pescadores artesanales del Caribe de Guatemala y Lago Izabal y co-propietaria del Restaurante “El Manglar”, las capacitaciones han sido la clave para implementar, junto a otras mujeres de su comunidad, proyectos productivos más allá de la pesca que les permitan apoyar económicamente a sus familias y sobre todo darles un mejor futuro a sus hijos a través de estudios.

Desde 2006, Aura Margarita Ramírez ha dedicado su vida al desarrollo sostenible de su comunidad. A través del Comité de Mujeres “Cayo Quemado” con el emprendimiento “Restaurante El Manglar”, ubicado en la aldea del mismo nombre en Livingston, Izabal, Guatemala, ha trabajado incansablemente para mejorar la vida de quienes la rodean.

En 2020, la pandemia de COVID-19 golpeó duramente a su comunidad. El restaurante tuvo que cerrar sus puertas al público durante varios meses, lo que llevó a una crisis financiera. Los gastos operativos, como el cobro mensual de la energía eléctrica, continuaron acumulándose, y la deuda superó los 3 mil quetzales (equivalentes a unos $400). A finales de ese mismo año, la situación empeoró cuando los huracanes ETA e IOTA causaron graves inundaciones, dejando inservible todo el mobiliario y equipo del restaurante.

“Si no hubiera sido por el Proyecto de Biodiversidad Costera, no hubiéramos podido hacer más que pagarle al banco, porque lo perdimos todo”, comenta Aura Margarita. Gracias a este proyecto, recibieron insumos esenciales, desde mobiliario para reactivar el restaurante hasta paneles solares para generar energía. Además, obtuvieron un capital semilla de 15 mil quetzales (aproximadamente, $2,000) que funciona como un fondo rotativo para mejorar el funcionamiento del negocio.

Además de generar ingresos y empleos para las 18 socias miembros del comité, son arrendatarias dentro de un área protegida, una concesión que les otorga el Estado bajo la condición de realizar acciones de conservación del manglar. Cuentan con biodigestores para el tratamiento de desechos y han colocado paneles solares para reducir la emisión de más de 12,200 kg de dióxido de carbono (CO2) anuales, disminuyendo los impactos por la contaminación de mecanismos no amigables con la naturaleza.

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Débora Ayala/UICN

El proyecto también les brindó capacitaciones para impulsar su negocio, incluyendo el manejo de redes sociales como herramienta para atraer más clientes. “Para nosotros, la publicidad era algo que teníamos pendiente. Además de las capacitaciones y el equipo de oficina, el proyecto nos pagó seis meses de Internet para promocionarnos, y así fue como nos contactaron las operadoras turísticas G-Adventure y PlaneTerra”, explica.

Hoy en día, gracias a estos esfuerzos, el restaurante recibe entre 30 y 60 personas a la semana, generando ingresos mensuales de alrededor de 1,000 quetzales.

“Antes, en lugar de recibir, teníamos que aportar nuestro dinero para que el restaurante siguiera funcionando. Por eso se fueron varias socias, pero hoy, gracias a Dios y a Biodiversidad Costera, estamos cumpliendo el sueño que nuestras hijas y nietas trabajen con nosotras. Mi sueño es ver una empresa sostenible para generar más empleos; para que los patojos (los jóvenes) ya no tengan que irse a ningún lado; porque uno teniendo un buen empleo no se va”, concluye.